PINTANDO EN TACONES

lunes, 10 de agosto de 2015

Camino de Santiago 2015



Este verano, después de hacer unas gestiones de trabajo en Londres, teníamos una cita en Galicia muy especial. Nuestro primer camino de Santiago.

Nunca ha sido algo que me apeteciera hacer especialmente, aunque sí me llamaba un poco la atención. Un día me llegó Cristóbal con la proposición, y como soy bastante facilona en general cuando se trata de hacer cosas distintas, le dije que sí, sin pensarlo dos veces.

Empezamos desde Sarria. Cinco etapas con una media de 25 km diarios.
El primer día lo hicimos muy animados, pero al llegar al sitio y ducharnos, pensábamos que al día siguiente no nos íbamos a poder mover. Nos daba hasta la risa floja ver lo mal que estábamos, "imposible que mañana podamos hacer otros 25 km". En nuestro caso nunca habíamos andado tantas horas seguidas, porque, aunque vas a tu ritmo y haces las paradas que te apetezca y nadie te marca nada, son muchos kilómetros en un día y para cinco días seguidos.

El segundo día, desde Portomarín, nos pusimos en marcha sin pensarlo, y conforme andábamos y bien, nos íbamos viniendo arriba. Nos animábamos por momentos y nuestras piernas iban cogiendo fuerza de nuevo.

Cada día estábamos mejor, nos levantábamos con el cuerpo pidiendo andar y en el ecuador del camino, ya le habíamos cogido la gracia a esto. Reconozco que antes de hacerlo, una de mis inquietudes era, ¿ que tenía el camino?.

¿Qué tiene este camino que engancha a mucha gente a repetirlo incluso?, nos dijo Jesús, un hombre de unos 85 años que nos enseñó una capilla pequeñita de Arzúa.

Yo puedo contestar según mi experiencia, y es que creo que el camino te obliga a centrarte en algo muy muy sencillo como es mirar por donde pasas, respirar el aire rural tan puro, escuchar el sonido del campo y los bosques que cruzas, beber líquido por necesidad y saborear la comida tan buena que hay allí. Tan rica como merecidísima, que parece que sabe hasta mejor.

No creo que tenga mucho más misterio, pero parece que es lo que gusta y lo que pareciendo tan sencillo, hoy en día cuesta tanto. Disfrutar de cosas tan básicas y sencillas sin pensar en nada.

Por lo que me pude dar cuenta, el camino te obliga a hablar contigo mismo, a retarte, a escucharte, a darte ánimos y a acabar con los miedos que a cada uno tiene.

Observé la preocupación de muchas personas por sus puntos débiles; la rodilla, el estómago, la cadera, los pies...., pero lo mejor de todo y lo que más me ha gustado, es que aún saliendo los miedos que todos tenemos, que puedo asegurar que hasta al más fuerte, la gente tenía claro que quería llegar. Como la vida misma. Y creo que es muy bueno a nivel personal conseguir eso.

Cuando llegamos al quinto día, no tengo palabras para expresar lo que sentí.

Salimos a las cinco y media de la mañana. Aún de noche, atravesando un bosque nada más que con la luz de la luna y viendo amanecer al mismo tiempo que salíamos de él.

Nuestro objetivo era llegar a las 12 a la misa del peregrino. No era por la misa en si, pero reconozco que fue un punto que nos marcamos y que vimos que todo el mundo intentaba cumplir. Llegar a esa misa. Algo, que en un principio no vimos muy difícil, salvo que a Cris le dolía mucho una rodilla desde el día antes.

Tuvimos que aflojar mucho el paso, tirar de ibuprofeno y hacer alguna parada extra.

Nos separamos bastante del grupo, porque había quien iba aún más lento y teníamos que avanzar para llegar a la hora prevista. Pensábamos que no llegábamos porque una vez entrados en Santiago, aún quedaba media hora más y se nos hacía interminable. A las 11.40 tuvimos que entrar a un bar porque ya no aguantábamos más, teníamos sed. Al comprar la bebida le preguntamos a la señora que nos atendió que cuanto quedaba, a lo que nos contestó que cinco minutos al girar la calle. Ahí ya descansamos.

Salimos callados, sin hablar nada más que andando y asimilando lo cerca que estábamos. Al girar vimos Santiago. Estaba esperándonos un guía para grabar nuestra llegada y corriendo nos fuimos a la cola de la iglesia para entrar, ya que nos habían dicho que cuando se llenara, no dejaban entrar a más gente.

Conseguimos entrar, nos sentamos junto a muchísimos peregrinos y sentí una paz que no podría describir y que tampoco imaginé que sentiría. Durante esa misa estuve pensando en todos los días, lo que nos habíamos encontrado, paisajes, a toda la gente que habíamos conocido, y estaba realmente emocionada.
De repente si que me vino un pensamiento que me quitó un poco la paz, y era la pena al pensar que mis compañeros que habían quedado atrás, no hubieran llegado a tiempo de la misa y no los hubieran dejado pasar.



Os dejo con alguna de las miles de fotos que nos trajimos.




































Da igual el móvil, la necesidad, el objetivo, es más, yo lo aconsejaría simplemente cuando no se busca nada, porque precisamente, es cuando más encuentras.

Por cierto que en la misa del peregrino, casi terminando, miramos hacia un lado y vimos a mis compañeros de camino que sí habían conseguido entrar. Nos fuimos corriendo hacia ellos para abrazarnos y darnos la enhorabuena por nuestro feliz y final camino.

Repetiremos!!.







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